De Isla de Pascua a Molokai, Crónica de un Peregrinaje Inusual
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Francisco Orrego Vicuña y M. Soledad Bauzá de Orrego
Este peregrinaje se inició hace más de medio siglo, tiempo más largo que aquel que utilizaban los peregrinos del camino de Santiago en el Medioevo. Es, a la vez, un homenaje a los muchos sacerdotes con quienes trabamos perdurable amistad al llegar al Colegio de los Sagrados Corazones de la Alameda, luego de deambular por varios años en un proceso educacional que nos brindaron muchos países a los que condujeron las misiones diplomáticas de nuestros padres.
Es en particular el recuerdo del rector Marcos Le Bars, sacerdote de un agrado excepcional, y de los padres que allí le acompañaban en el lejano año 1958, en particular Carlos Schneider, Antonio Undurraga, Florencio Infante y Damián Simon, sin excluir profesores y compañeros igualmente inolvidables. La influencia de todos ellos en nuestras vidas fue determinante en la formación de la fe, el interés por la historia de la patria, la literatura y el derecho.
El peregrinaje se inició en las muchas conversaciones que sostuvimos con el padre Damián Simon, quien dirigía la Academia Literaria de los Padres Franceses, en la que tantos nos formamos en la oratoria, el debate, el ensayo y, desde luego, nuestras primeras controversias políticas.
El padre Damián tomó su nombre eclesiástico del padre Damián de Veuster, héroe de los misioneros de los Sagrados Corazones y figura emblemática de la Congregación, canonizado Santo de la Iglesia en 2009 por Su Santidad Benedicto XVI, siguiendo su beatificación en 1995 por el Papa Juan Pablo II. San Damián de Molokai fue el punto central del peregrinaje que nos llevó en su búsqueda por los cuatro rincones del mundo. De su heroísmo misionero y humanitario escuché hablar por primera vez en la narración de su homónimo chileno.
Pero la peregrinación no sólo llevaba a Molokai, también a la Isla de Pascua, con motivo de otra conversación en que el padre Damián Simon nos contó los antecedentes acerca de cómo Chile había llegado a tomar posesión de ese mítico territorio insular, dando origen a su presencia en el vasto Océano Pacífico.
Ella se originaba en la reiterada petición de los misioneros de los Sagrados Corazones en esa Isla de que se protegiese a sus habitantes de las incursiones esclavistas que provenían del Perú, ignorada por las autoridades eclesiásticas de Papeete, a quienes primero se dirigieron, y que les llevó a solicitarla a sus hermanos de Chile. El Presidente Balmaceda había sido alumno del colegio y a él le escribieron sus antiguos maestros, lo que originó el viaje del Comandante Policarpo Toro a ese territorio para su toma de posesión.
Se trataba de una ocupación humanitaria, no de una colonialista como se pretende con frecuencia presentarla hoy, cuyos gastos nunca le fueron reembolsados al visionario marino, provocándole su ruina, el pago de Chile sin duda.
Visitamos la Isla de Pascua en muchas ocasiones en relación al interés en la temática de la cooperación en el Pacífico. Allí pudimos apreciar lo que había sido esa misión de los Sagrados Corazones, igualmente al cuidado de leprosos desvalidos, la tumba del hermano Eugenio Eyraud en la vecindad de la linda iglesia de Hanga Roa, y, por cierto, sus misas cantadas en Rapa Nui, con la peculiaridad de que el Padre Nuestro se reza tradicionalmente en francés, costumbre que a no dudarlo se origina en la presencia de aquellos misioneros.
Ese vínculo con la Isla de Pascua fue determinante del peregrinaje que habría de continuar años después, asociado a nuestro interés en el arte de sus habitantes en diferentes períodos históricos, desde los imponentes moais hasta las esculturas en madera y otros muchos objetos admirables.
En efecto, fue ese interés que nos llevó a visitar una exposición de la creatividad Rapa Nui en una galería de París, con motivo de una estadía profesional en esa ciudad, descubriendo que la principal colección se encontraba en un museo de los Sagrados Corazones en Roma. El organizador del evento y autor de un libro magnífico sobre el arte pascuense me sugirió que visitase en la sede de la congregación en la Rue Picpus al padre André Mark, ex archivero de la congregación y gran conocedor del tema.
Así lo hice prontamente, visitando aquella sede, su Iglesia, la imagen histórica de Notre Dame de Paix, a quien todos los misioneros que partían le rogaban su inspiración y protección. Triste espectáculo, sí, es observar como el laicismo militante de Europa ha llevado a la ausencia de vocaciones religiosas y la escasez de sacerdotes.
El padre Mark nos acompañó a visitar los hermosos jardines y un pequeño cementerio de la aristocracia francesa, donde yacen los restos de Lafayette, héroe de la independencia de los Estados unidos, con el homenaje permanente de una bandera de ese país. Igualmente nos mostró las fosas comunes, estas no las de Hitler, Stalin o Pol Pot, sino las de sus predecesores del terror de la revolución francesa, quienes tras guillotinar a sus víctimas en la Place des Nations, las lanzaban a aquellas fosas vecinas, incluyendo el caso heroico de las Carmelitas de Compiègne. Muchos de sus nombres están grabados en las paredes de la Iglesia como postrer homenaje de la congregación.
Allí descubrimos en una perspectiva más contemporánea a quien era ya San Damián de Molokai, leímos sobre él y su obra y aspiramos a visitar algún día esa isla del archipiélago de Hawai, dando así origen a una segunda fase de esta peregrinación, más compleja por la distancia, pero esencial para acercarse a entender la realidad en que había San Damián vivido y actuado. Isla de Pascua y Molokai comenzaban a converger.
La ocasión se presentó en septiembre de 2013 con motivo de un viaje a Tokio y Kioto, una de cuyas rutas nos permitía detenernos en el archipiélago. Cómo llegar a Molokai resultó ser un desafío difícil de superar. Ninguna agencia de viajes en Chile sabía cómo hacerlo, pero fue finalmente internet la que lo permitió.
Un confortable Boeing 787 de LAN llevó a los peregrinos a Los Ángeles, para de allí seguir en uno no tan confortable de American Airlines a Honolulu, e inmediatamente en un avión algo más pequeño de Hawaiian Airlines a Maui, isla ya cercana a Molokai. Hasta allí el trayecto podía considerarse normal, característica que no habría de perdurar.
En efecto, el hotel escogido quedaba algo lejos del aeropuerto y para llegar allí a la temprana hora que exigía el itinerario sólo podíamos trasladarnos en helicóptero, que fue lo que los peregrinos decidieron hacer. Tras sobrevolar preciosas montañas y campos verdes, mares azules y cielos despejados al amanecer, llegamos a la hora para tomar el avión, aún más pequeño, de Mokulele Airlines, cuyo sólo nombre exigía invocar a todos los santos del cielo, pero que resultó ser una aerolínea muy bien organizada y amable.
El asunto se complicaba a partir del pequeño aeropuerto de Molokai pues había que trasladarse a la península de Kalaupapa, ubicada en el extremo opuesto, objetivo de nuestro peregrinaje. Había tres maneras de hacerlo. La primera era a pié, bajando el pali, enorme acantilado de más de 500 metros, factible, pero que había que remontar al regreso, idea ya no tan factible.
La segunda manera era en mula, tradicional método de transporte, con el grave inconveniente de que el descenso, según nos enseñaban experiencias de bajar las cordillera de los Andes a caballo, exige un enorme esfuerzo para no salir catapultado por la cabeza de la sorprendida bestia. La tercera manera era en una avioneta alquilada, que fue la opción escogida.
Todos esos inconvenientes quedaron resueltos con un descubrimiento inesperado. La isla contaba desde 2012 con un segundo santo: Santa Mariana Cope, hermana franciscana de Siracusa, Nueva York, que había llegado a Molokai a cuidar de los últimos meses del padre Damián, ayudándole a morir, dedicando también su vida a los leprosos, sin ser contagiada por la enfermedad.
La avioneta aterrizó en un potrero, hecho nada sorprendente para peregrinos de Chile, en un marco geográfico de extraordinaria belleza. La rada azul que enfrenta la península con la vastedad del Océano Pacífico, como las escarpadas montañas verdes que la circundan, permitían ya vislumbrar la historia extraordinaria de que ese lugar había dado testimonio. Kalaupapa hoy sólo es habitada por algunos antiguos leprosos, ya sanos, guarda parques, y un sacerdote de los sagrados corazones que atiende una linda iglesia.
La rada ofrecía el recuerdo de un acto de barbarie sin igual, cometido por un capitán encargado de trasladar a numerosos leprosos secuestrados de la isla de Oahu, tras ser perseguidos como animales por los campos, quien los lanzó al agua, muchos fallecieron ahogados al carecer de manos, piernas, o simplemente fuerza. El padre Damián y algunos de los pobladores se lanzaron en rescate al mar de inmediato, pero fueron muchos los hombres, mujeres y niños que fallecieron en esa tragedia.
El itinerario continuó en un pequeño bus escolar donado por alguna comunidad luterana de los Estados Unidos, uniéndose los peregrinos que habían decidido caminar o cabalgar. Fuimos huéspedes de una señora antiguamente afectada por la lepra, quien desde Honolulu administraba Saint Damien Tours, pues nadie puede visitar la península si no es invitado por alguien que allí hubiese sufrido el martirio de esa enfermedad. Nos trasladamos a Kalawao, en un extremo de la península, que había sido la ubicación principal de la comunidad de leprosos, donde gloria y miseria se combinaron en un drama sin igual.
"Nosotros, los leprosos", fue la expresión más representativa del padre Damián desde los inicios de su actividad misionera, aspiraba a ser uno de ellos, hasta el punto que en su afán de salvación de almas y de sanación de cuerpos, contrajo él mismo la enfermedad que entonces plagaba la Polinesia. Se encuentra en Kalawao la pequeña iglesia original que la comunidad ayudó al padre Damián a construir, que todavía ofrece el testimonio de sus sufrimientos, en particular el recuerdo de niños que tocaban un piano a dúo pues cada uno carecía de una mano.
Allí rezamos en memoria de los misioneros que nos educaron. Isla de Pascua y Molokai, a pesar de encontrarse en las antípodas del Pacífico, quedaban para siempre unidos en un recuerdo de gratitud y admiración de una notable congregación.
A un costado de la iglesia se encuentra un pequeño cementerio en que yacen los restos de algunos otros misioneros de los sagrados corazones y un vasto terreno en que fueron sepultados anónimamente los miles de víctimas de la lepra, a quien hoy honra el Kalaupapa Memorial Act, firmada por el Presidente Obama, él mismo de origen hawaiano, en 2009.
Allí también se encuentra la tumba original de San Damián, evocando el recuerdo de una pequeña banda de música que con sus tristes sones daba la última despedida a los fallecidos y que también se encontró presente el 15 de abril de 1889 al fallecimiento del futuro Santo.
En 1936 sus restos fueron repatriados a Bélgica, su país natal, en cuyo funeral el Rey Leopoldo III bajó de su estrado de honor para rendir postrer saludo a un héroe, hijo de modestos campesinos. Después de su beatificación, la mano derecha del futuro Santo, con la que había bendecido y buscado la curación de tanta víctima, fue devuelta a Kalawao por petición de la comunidad de Kalaupapa.
Los peregrinos iniciaron su regreso, algunos a pie, otros en mula y, los más afortunados, en avioneta. Una emoción profunda embargaba a un grupo que hasta entonces no se conocía. Nuestro viaje continuó a Japón y ulteriormente a Paris, ciudad donde nuevamente concurrimos a la Rue Picpus para agradecer a Notre Dame de Paix el privilegio de un peregrinaje de larga data y saludar a los pocos sacerdotes que allí residen.
El peregrinaje, sin embargo, no habría de concluir allí. Sabíamos que su tumba final se encontraba en Lovaina. Con motivo de otro viaje, que esta vez nos condujo a Bruselas, decidimos visitar en esa magnífica ciudad universitaria la cripta donde ella se encuentra en la Iglesia de San José, también servida por los Sagrados Corazones, cuya decoración recuerda la gesta heroica de un Santo y héroe en un apartado rincón de la Polinesia.
Nuevamente se produjo entonces una unión espiritual entre dos peregrinos de larga data con quien había entregado un testimonio de fe y humanidad tan extraordinario. Presentes nuevamente estuvieron en el recuerdo los sacerdotes amigos de los Sagrados Corazones de la Alameda, profesores y compañeros tan queridos.
Nuestro guía de Kalawao, hombre culto y agradable, concluyó su explicación en la pequeña iglesia del padre Damián con una alusión memorable: una comunidad de tanto sufrimiento y aislamiento, separada de sus familias por la fuerza, integrada por hombres, mujeres y niños harapientos, que había permitido que floreciera la santidad de su pastor y de otra misionera, era en sí misma una expresión de santidad.
Ello posiblemente explica la simbiosis entre una vocación misionera inalterable, una comunidad afectada por una tragedia humana sin igual y un ambiente geográfico sublime. San Damián y Santa Mariana Cope representan el epítome de esa vocación de santos y héroes. Isla de Pascua y Molokai permanecerán unidos en el recuerdo de dos peregrinos agradecidos de la vida.